Si el corazón les dice que se sumen, ellos no lo dudan. No se quedan quietos. Suben y bajan, preparan los materiales de trabajo, buscan amigos para seguir sumando. Nada los detiene. Les hacen frente a las dificultades propias y ajenas. Sobre todo a estas últimas. Son voluntarios de una fundación que día a día construye un sueño especial: ayudar a niños con problemas de salud a recuperarse.
"Minka" (término quechua que designa una antigua tradición de trabajo comunitario) tiene la fuerza de un volcán. Esa fortaleza sale especialmente del corazón de los más de 50 voluntarios, la mayoría jóvenes, que trabajan a diario para arrancarles una sonrisa a los pequeños. La idea nació en las cabezas de Manuel Sancho Miñano yLeyla Abdala. Y 15 años después los empujoncitos solidarios no dejan de llegar.
Historias como las de "Minka" no son tan difíciles de encontrar en medio del mapa del voluntariado argentino. Donde hay una ONG dedicada a asistir niños enfermos difícilmente no haya personas dispuestas a ayudar sin recibir dinero a cambio. No ocurre lo mismo en otros campos de acción voluntaria, como por ejemplo participación cívica, derechos humanos, desarrollo económico, tiempo libre y cultura, entre otros.
Lo dicen los especialistas y también lo prueban las cifras: el voluntariado viene en baja desde la crisis de 2001. Según una encuesta internacional realizada por la consultora TNS Gallup, en Argentina bajó de un 32% al 21% la cifra de quienes hacen trabajo voluntario. Si bien la voluntad de ayudar aparece ante una situación coyuntural de crisis, es relativamente bajo el número de quienes sostienen un trabajo comunitario en el tiempo, y las ONG reconocen que reclutar voluntarios no es fácil. La excepción son las instituciones que ayudan a enfermos y especialmente sin son chicos. (Ver "Un interés...")
En Minka
En el corral es un día soleado. Las bombachas de campo serían ideales para la ocasión. Pero esta vez hay delantales colegiales, joggings y remeras. Ernesto, de 8 años, hace un esfuerzo increíble para mantener su cabeza levantada como a su mamá le gusta. Y lo logra. Dibuja una sonrisa gigantesca en su rostro cuando ve a Celina Paz, que es maestra integradora y voluntaria desde hace cuatro años en "Minka". "¿Ves eso? Es impagable", resaltan los jóvenes solidarios.
La fundación cuenta con un predio en la Rinconada, donde los voluntarios les regalan a los niños discapacitados estimulación y rehabilitación a través del uso de caballos. En el centro, también tienen un taller de arte. Desde que se fundó la organización, el equipo compartió momentos de alegría y mejorías visibles en la calidad de vida de los chicos, explica Sancho Miñano. Concurren chicos con capacidades especiales, con enfermedades graves y también otros que carecen de tutor legal o han sufrido algún tipo de abuso.
A Paula Coleri, de 18 años, "el bichito" de la solidaridad empezó a rondarle hace un año, cuando asistió a una fiesta de niños con capacidades especiales, que había sido organizada por el establecimiento escolar al que concurría. "Me impresionó la alegría que nos dieron. En seguida pregunté dónde podía ayudar", recuerda, con el entusiasmo de entonces.
Martín Young, en cambio, llegó a la fundación invitado por un primo. No entendía mucho hasta que comenzó a ver cómo su ayuda incidía en el progreso de los pequeños.
"Recibimos mucho más de lo que damos", es una frase que repite casi invariablemente cada voluntario que cuenta su experiencia. "Nos llevamos amor, ganas de vivir, alegría; te sentís útil", resume Celina. Ocuparse de los otros es una experiencia única y vital, coinciden.
¿Hay que tener algo en especial para ser voluntario?, les preguntamos. Y enhebran una conclusión: "ser solidario es una cualidad de aquellos que se ponen en el lugar de los otros y necesitan ayudarlos. Hay mucho por hacer. Sólo se necesita la decisión".
"Historias tremendas"
A veces el voluntariado puede golpear las puertas del corazón por alguna experiencia dura. Fue el caso de las mellizas Milagros y Bernardita Aráoz y de Florencia de Zavalía, quienes tienen hermanitos con capacidades especiales y buscan ayudar a otros pequeños que también necesitan rehabilitación y contención.
Sandra Fasano es una de las pocas adultas en "Minka". Le encanta hablar y no lo disimula. Tiene 51 años, es veterinaria, madre y esposa. Pero cuando alguien le pregunta a qué se dedica, ella responde: "soy voluntaria". "Es parte de mi vida; no concibo no hacerlo. Todos los días te encontrás con historias tremendas y a la vez hermosas. Siempre hay algo que te golpea, te toca en lo más profundo, que te hace cambiar el panorama, te hace ver que tus quejas diarias no tienen ningún sentido", explica la profesional.
La relación que se construye entre los chicos y los voluntarios es puro amor y complicidad. Este trabajo no es caridad ni es un hobby, aclaran. Es una caricia directa al corazón.
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